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“El cerebro está diseñado para sobrevivir, no para hacernos felices”

Vivir tiene muchas cosas maravillosas pero también supone sufrir. El ser humano tiene un sistema nervioso tan complejo que nos preocupamos por el futuro, nos lamentamos por el pasado o nos culpamos por el presente. Nos frustramos porque las cosas no son como esperábamos. Nos sentimos tristes porque nos hemos levantado tristes o ansiosos por estar nerviosos. Decepcionados cuando acaba lo que nos gusta. Rechazamos el dolor. Toda este sufrimiento está creado por la mente. Entender los motivos nos puede ayudar a disminuirlo.

Es natural sentirnos insatisfechos. La evolución nos ha «diseñado» para pasar nuestros genes, no para ser felices. El disfrute y el dolor son herramientas que utiliza para cumplir sus objetivos evolutivos. Son muy eficaces para movilizarnos y motivarnos. El problema surge cuando reaccionamos rechazándolos o aferrándonos, porque aparece el sufrimiento.

Desde un punto de vista evolutivo lo importante es pasar los genes a la siguiente generación. Fundamental cumplir algunos objetivos:

  • Comer, beber.
  • Sexo.
  • Elevar el estatus social. En primates y otros animales está relacionado con pasar los genes.

La naturaleza ha diseñado tres estrategias para pasar los genes. Funcionan estupendamente a nivel evolutivo, pero no tanto para nuestra felicidad:

  • Crear separaciones y poner barreras entre nosotros y el mundo. Para diferenciarnos de los demás.
  • Estabilizar los sistemas físicos y mentales. Para mantenerlos dentro de unos niveles estables.
  • Acercarse a los objetivos y evitar las amenazas. Para cumplir los objetivos evolutivos. El cerebro ayuda:
    • Dando placer cuando se consigue algún objetivo (comer, sexo…).
    • Haciendo el placer efímero, para que después de conseguir un objetivo sigamos buscando más oportunidades.
    • Centrándose en lo bueno de conseguir el objetivo y no en lo rápido que se irá.

El sistema nervioso ha creado alarmas para mantenernos alineados con estas estrategias. Como el dolor, el placer y los anhelos. Por desgracia estas alarmas están activadas muy a menudo porque:

  • Todo está conectado.
  • Todo está cambiando.
  • Las amenazas son inevitables (morir, enfermar, la vejez…). Las oportunidades pierden su atractivo, nos acostumbramos rápidamente. El placer es efímero.

Todo está conectado

Para vivir intercambiamos con el exterior. Por ejemplo, comida, aire y energía. Nuestras células están en un proceso constante de renovación. Esta renovación está influenciada por el entorno. A un nivel atómico hay un intercambio constante con lo de fuera. El aparente muro entre nuestros cuerpos y el mundo es más una valla permeable.

La cultura influye en nuestra mente. La empatía y las neuronas espejo nos ponen en sintonía con los demás, queramos o no. Los demás nos influyen y nosotros influimos a los demás. La separación entre nuestra mente y el mundo es como una raya en el suelo.

Y entre el cuerpo y la mente no hay ninguna barrera. Las sensaciones corporales se convierten en emociones, en pensamientos, deseos, acciones, y éstos, en más sensaciones.

Que nosotros estemos aquí es debido a un montón de circunstancias ¿Cuántas casualidades se dieron para que nuestros padres se conocieran, o nuestros abuelos? Desde acontecimientos históricos, como una guerra, a circunstancias de un día concreto. Que hoy estemos aquí, depende de un montón de factores que escapan a nuestro control. Incluso que la Tierra sea un planeta dónde se puede dar la vida es algo muy improbable.

Estamos conectados con el mundo. Los intentos por estar separados fracasan. Provocando señales por nuestra mente para intentar volver a la ilusión de separación. Estas señales son dolorosas. La tendencia natural a estar separados del mundo nos provoca sufrimiento.

Todo está cambiando

El cuerpo intenta mantener el equilibrio de los sistemas. Como todo está cambiando, se pierde el equilibrio. Entonces el organismo envía señales de alarma para volver al estado de equilibrio. Estas alarmas pueden ser suaves, una sensación de incomodidad, o fuertes, como el pánico. Estas señales nos movilizan para volver al equilibrio. Suelen conllevar anhelos o compulsión. Por ejemplo al llevar tiempo sin comer, sentimos hambre, la señal es desagradable. Nos moviliza para comer y volver al equilibrio. O si el cuerpo se enfría mucho, sentimos que nos estamos congelando. Estas señales son eficaces porque son desagradables y queremos que cesen. Para que paren hay que volver al equilibrio. Si nosotros reaccionamos a esas alarmas desagradables con evitación o rechazo creamos sufrimiento.

El cerebro intenta constantemente mantener todo estable, encontrar patrones fijos en un mundo cambiante, mantener estables los sistemas dinámicos y hacer planes para las cambiantes circunstancias.

Las amenazas son inevitables. El placer fugaz

Es imposible evitar algunas amenazas: enfermar, envejecer, morir… Vamos a padecer dolor, es inevitable. Ante ciertos peligros, reales o imaginados, nuestro cuerpo va responder creando alarmas desagradables. Practicando mindfulness podemos trabajar cómo nos relacionamos con estas señales. Con aceptación o con rechazo causando sufrimiento.

La evolución ha ido diseñando sistemas para acercarnos a los objetivos y para alejarnos de las amenazas. Exagerando los beneficios de las oportunidades y los inconvenientes de las amenazas.

  • Si no conseguimos la oportunidad que queremos, como es normal, nos sentimos frustrados, decepcionados y desanimados.
  • Conseguir alguna recompensa supone pagar un alto precio. No solo económico, también de tiempo o de esfuerzo.
  • Nos hace creer que las recompensas serán mucho mayores de lo que realmente son. Cuando conseguimos algo que anhelábamos, está bien, pero no es tanto como esperábamos.
  • El placer es efímero. Las cosas cambian causando frustración porque queremos que dure. Además, nos acostumbramos rápido a lo bueno, dejando de apreciarlo.

Entender cómo la naturaleza nos ha “diseñado” para acercarnos a los objetivos se puede entender mejor desde la evolución y la neurociencia.

Fuentes:
Hanson, R. y Mendius, R. (2011). El cerebro de Buda. La neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría. Milrazones.

Robert Wright (2014). Buddhism and modern psychology. Princeton University.

 

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